Biografia Carlos Plascencia

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Biografia

Mi nombre es Carlos Gilberto Plascencia Favila.

Soy el primero de seis hermanos.

La familia de mi madre es de Tampico, Tamaulipas y la de mi padre de Guadalajara, Jalisco. Yo nací en el Distrito Federal por lo que soy  “defectuoso”, “defegquense”, o simplemente chilango.

Recientemente una persona oaxaqueña, al descubrir mi origen defeño, de manera muy espontánea dijo: “¡Ay, que desgracia!

En febrero de 2006 voy a cumplir 50 años.

Tengo 35 años viniendo frecuentemente a Oaxaca. Finalmente, hace casi dos años, junto con la Maytecita, me establecí en la tierra en la que Dios nunca muere.

Tuve una infancia llena de carencias y de felicidad. Un caballito y un camión de madera llenaron mis primeros años de risas, alegría, emoción y obtuve mis primeros raspones en las rodillas. Poco después, descubrí “el afuera de mi casa”. Era la época en la que se podía jugar sin peligro en la calle, había terrenos baldíos, muchos árboles y los automóviles interrumpían muy de vez en cuando mis divertidas correrías.

“Los quemados”, “cinturón escondido”, “bote pateado”, “escondidillas”, “tacón”, “trompo”, “yoyo”, “tamaladas” y “burro 16”, entre muchos otros juegos, fueron mis paraísos chiquitos.

También subía a los pirús y truenos, árboles abundantes en la calle y en los baldíos, para enfrascarme en aventuras de piratas. Soñaba, que desde esos enormes barcos, dirigía interminables batallas que serían memorables.

Un juego que de verdad me fascinaba era el de las canicas. Los “ponches grandes” y los “ponches chicos”, los “diablitos”, “ágatas”, “tréboles” y “agüitas”, eran mis entrañables tesoros. Si algunas estaban “cascadas” era debido a su beligerancia. También, cada chamaco tenía su “tirito”. Las reglas se explicitaban y todos las respetábamos: “hay calacas y palomas”, “altas y bajas para todas mis barajas”, “patitos”, “constantes y sonantes”, “ahogado” y “muerto”.

Otra delicia era el juego de la “carreterita”. Juntaba los centavos de mis ocasionales domingos para comprar en el mercado de la colonia unos carritos deportivos de plástico que estaban muy bien hechos. Los llenaba de plastilina y municiones que compraba en la tlapalería para darles el peso y la estabilidad ideal. Los pintaba con “revel lodela” y ocasionalmente les ponía alguna “calcamonía”. La carreterita podía ser el borde de la banqueta alrededor de toda una manzana o, haciendo gala de diseñador primerizo, la dibujaba con gis en el suelo. Para este juego, hice por escrito, un reglamento que me parecía como la constitución o carta magna de la carreterita.

Construí carritos de baleros para realizar feroces y fraternales competencias; hice dardos con palitos de paleta y agujas de canevá; elaboré paracaídas y papalotes con papel de china; confeccioné resorteras con orquetas del árbol del trueno, ligas fuertes y lengüetas de zapato viejo. De igual manera fabriqué junto con los amigos piñatas propias. Las posadas eran un verdadero acontecimiento social entre los vecinos de todas las calles aledañas a nuestras casas.

En los juegos había mucha imaginación, creatividad, risas y convivencia y se reconocían las habilidades de los cuates.

También se llegaban a presentar pleitos y envidias que se resolvían con un “tirito” o con el tiempo. Esto aumentaba nuestra amistad y los lazos que nos unían se veían fortalecidos.

Más adelante, con una pluma o lápiz en la mano, aprendí a jugar “basta”, “ahorcados”, “gato”, “submarino”, y “turista”. En medio de una sana competencia, los vecinos y yo ejercitábamos algunas de nuestras capacidades y saberes.

Hice mi primera comunión junto con otros cien chiquillos y chiquillas en el templo de San Juan Bautista ubicado en Coyoacán.

Poco después, se convirtieron en verdadera religión, el fútbol, el béisbol y el fútbol americano. Llegábamos a jugar 4, 5 y hasta 6 horas de forma ininterrumpida y totalmente quitados de la pena. Éramos muy jóvenes. En esos años organizamos en la colonia, nuestras propias olimpiadas: maratón, carrera a campo traviesa y lanzamiento de jabalina, entre muchas otras disciplinas.

Comencé a trabajar a la edad de 9 años, repartiendo tamales: poco después pegué cajitas de cartón para medicinas y perfumes; así mismo, le puse el diminuto cartoncito a las grapas con las que se sujetan a la pared los cables que llevaban energía eléctrica.

Cuando cumplí los 14 años de edad, mi madre me regaló una cámara fotográfica instamatic, marca Sears. Este regalo definió muchas cosas en mi vida.

A los 17 años descubrí la lectura. Una tarde luminosa, junto con el “Selecciones”, llegó un libro titulado “Historia de una monja”. Estaba solo en mi casa y lo devoré casi sin sentirlo. Cuando terminé el libro, me invadió una sensación de gozo que me hizo pensar “ya no voy a poder vivir sin leer” o algo así. El caso es que hasta la fecha soy muy aficionado a la lectura.

También, a los 17 años decidí abandonar la escuela. El argumento que yo mismo me daba para sustentar mi decisión, era que yo no quería llegar a ser como mis maestros. Dejé de estudiar en el quinto semestre de Ingeniería Civil; siempre fui adelantadito y terriblemente matado. Confieso que utilicé el arma de la lectura para justificar mi abandono del sistema educativo escolarizado y lo hice leyendo todo lo que cuestionaba a la institución escolar. Para ello conseguí libros de Paulo Freire (La educación como práctica de la libertad; Pedagogía del oprimido; Extensión o comunicación); de Ivan Ilich (Hacia una sociedad desescolarizada); y de Everet Reimer (La escuela ha muerto), entre muchos otros.

En ese entonces me dio por la comunicación y la fotografía y conseguí, gracias a un primo, una beca para trabajar como fotógrafo en el Instituto Mexicano del Petróleo. Esta institución fue una verdadera escuela que me dio elementos para futuras chambas. Profundicé en mis conocimientos de fotografía; aprendí a grabar en audio; a filmar con cámaras profesionales de cine y empecé a apreciar la música; dirigí cámaras de programas de televisión y terminé escribiendo guiones para videos y para lo que entonces se llamaba diaporama. Viajé por muchos estados de la República y anduve en helicópteros, zonas de exploración en zonas lacustres y, maravillado, llegué a las plataformas marinas del Golfo de México.

 

En esta época mis inquietudes espirituales demandaban información y contacto con personas que estuvieran en ese camino. Me junté con grupos católicos de reflexión y oración, coordinados por sacerdotes franciscanos, me acerqué al Movimiento Carismático en el Espíritu Santo  en la Iglesia El Altillo, en Coyoacán; estuve en grupos que se autodenominaban cristianos pero su corte era definitivamente protestante. Visité lugares en donde se veneraba a profetas orientales y ya no me acuerdo qué tanto más hice en medio de mi euforia. En este tiempo, mi afición a la lectura se volvió “extrema”; leí la Biblia día y noche, la subrayé, me aprendí muchísimos versículos de memoria, trabajé principios de hermenéutica y conduje estudios bíblicos. Esto me llevó a revisar conjuntamente las distintas traducciones de las sagradas escrituras. Consulté las versiones católicas Nácar Colunga, la Latinoamericana, la de Jerusalén y versiones protestantes como la Reina-Valera y hasta la de los testigos de jehová. Llegué a tener unas diez traducciones distintas de la Biblia.

Con una profunda ingenuidad le entré al estudio de versiones interlineales (griego y español) del Nuevo Testamento. También me leí cualquier cantidad de libros relacionados con ideas, principios y asuntos cristianos. Tal vez el libro que más me impresionó fue el escrito por Don Samuel Ruiz sobre la teología de la liberación. A partir de su lectura reafirmé mi incipiente vocación social.

Todo esto ocurrió antes de que yo cumpliera los 23 años, edad a la que me casé. Fruto de ese matrimonio es mi hija Abigail que actualmente tiene 22 años y es la niña de mis ojos. Me divorcié después de 15 años de casado.

 

Continué con trabajos fotográficos para instituciones como los Centros Conasupo de Capacitación y el Consejo Nacional de Fomento Educativo o empresas de producción audiovisual, por lo que seguí viajando por distintos estados del país y las zonas arqueológicas del sureste.

Como arte de mis inquietudes juveniles, estuve yendo a Tepito para tomar fotografías de los murales que empezaban a verse en las paredes del Barrio Bravo. Conocí al pintor tepiteño Daniel Manrique y comencé a vivir una gran experiencia en la que se me abrieron distintos mundos como el del arte, la cultura, los movimientos sociales, la arquitectura y el urbanismo. Tepito fue mi segunda gran escuela. A los cuatro años con Manrique en lo que se llamó “Tepito Arte Acá”, fuimos invitados a un intercambio cultural con un grupo francés llamado “Populart”. El trato fue que ellos estarías tres meses en Tepito y nosotros tres meses en un barrio de inmigrantes en Lyon.

En este barrio había españoles, italianos, tunecinos, argelinos, marroquíes, camboyanos, vietnamitas, yugoslavos y muchos otros. Todo fue maravilloso y altamente gratificante.

Cuando regresé de este viaje, por recomendación de un amigo, entré a trabajar en el Instituto Nacional Indigenista (INI), mi tercera escuela. Comencé siendo asesor de la Dirección de Comunicación Social. Poco después fui nombrado Coordinador Nacional de la Red de Radiodifusoras Culturales Indigenistas y, al mismo tiempo Director de la Radiodifusora XEPUR “La voz de los purépechas”, ubicada en Cherán, Michoacán. El mundo indígena me hizo sentir la profunda riqueza que la vida tiene. Los valores y creencias de los pueblos indígenas; su sentido comunitario; las lenguas maternas; su comprensión del mundo y de la naturaleza; sus conocimientos y su religiosidad me brindaron visiones del mundo que transformaron totalmente mi vida.

A partir de mi estancia en el INI, principié una carrera burocrática que jamás hubiera imaginado. De ahí en adelante pasé por la Universidad Pedagógica Nacional, en la que fui Director de Difusión Cultural y Extensión Universitaria; el Museo Nacional de Culturas Populares: la Dirección General de Normatividad en la SEP; la Dirección General de Educación Indígena; el Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, el Gobierno del Distrito Federal y la Subsecretaría de Población y Asuntos Migratorios. Mi último encargo antes de venir a instalarme en Oaxaca, fue el de Director de Investigación de la Dirección General de Culturas Populares Indígenas.

En todos estos lugares trabajé de manera intensa y con entrega. Además fui gratificado con muchos aprendizajes.

En el Museo Nacional de Culturas Populares conocí a la mujer de mi vida con la que he recorrido los últimos trece años de existencia.

Aquí en Oaxaca, junto con Mayte estoy intentando construir una forma de vida muy distinta a la que llevaba en la ciudad. Quiero estar en contacto íntimo con la naturaleza, aprender de ella, disfrutarla y comprenderla, si esto último es posible. Sigo leyendo y escuchando música. Estoy tratando de avivar mi pasión por la fotografía. También estoy intentando hacer en Oaxaca cosas en los ámbitos de los medios de comunicación, la cultura y la conservación del ambiente.

Todo lo anterior me lleva a la pregunta inicial: ¿Quién soy?

Ensayo algunas respuestas:

  • Soy lo que siento, soy lo que he hecho y hago, soy lo que pienso.
  • Soy lo que me hace falta.
  • Soy un nudo de relaciones, “soy” porque los demás existen.
  • Soy parte de la naturaleza, soy parte de la creación.
  • Soy una persona que siempre está en la búsqueda.
  • Soy una persona que quiere contribuir a la construcción de condiciones que posibiliten la mejor relación posible entre nosotros, los seres humanos.
  • Soy una persona que no tiene prejuicios sociales.
  • Soy una persona que sabe hacer equipo.
  • Soy una persona que quiere formar parte de proyectos vitales.
  • Soy una persona que ha aprendido a servir a los demás.
  • Soy una persona que tiene que aprender a expresar de mejor manera sus sentimientos.
  • Soy una persona que necesita dejar crecer su parte emocional.
  • Soy una persona a la que le hace falta equilibrar su pensamiento con su acción.
  • Soy una persona que tiene que aprender a cuidarse mejor para poder realizar todo lo que desea.
  • Soy una persona que quiere vivir la vida.
  • Soy una persona que ama.

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